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AD LITERAM. Textos históricos compilados

UN TEXTO LITERARIO HUMORISTICO

* Tomado de : “La Democracia”, diario de la mañana, año V, nº 1226, Chivilcoy, 26 de enero de 1890, p. 1.

UN DELIRIO DE D. PROCOPIO
Amor, amor la delicada brisa,
Amor las flores que brotó el [¿?]
Amor, amor la nacarada aurora
Amor nos canta el ruiseñor gentil.
José Mármol.

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Y la ventana se abrió lentamente, como un ojo soñoliento que desafía los primeros rayos del sol de la mañana. La negra silueta de D. Procopio se asomó un momento bostezando, y enseguida un insulto de tos hizo que diese una vuelta hacia atrás, arrebozándose con mucho cuidado la garganta. En ese instante [...] desataron su vuelo las campanas, primero con el trino agudo, que aturdía de la “Catalina” seguido inmediatamente por el ronco grito de la “Loba”.
Las ondas sonoras dilatabanse por la basta campiña, en un crescendo admirable.
El bronce parecía animarse, parecía un monstruo loco de rabia o de amor. Los campos despertaban bajo esa tempestad de sonidos: los pájaros mismos suspendían sus dulces trinos para oír las campanas. Los campanarios de las vecinas aldeas hacían eco al de San Roque, y la melodía matinal elevábase en los aires como un hosanna al Creador. El cura asomó su cabeza otra vez por la ventana, abierta como un ojo sobre los verdes campos, y juntando las manos elevó los ojos al cielo murmurando una plegaria.
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Vente á mi partorcillo
Y dame entero,
Todito el corazón
Porque te quiero
Toma larí, lará, viva el amor!!.

Y era la voz argentina y pura, como la que sale del pecho sano y robusto de la hija del trabajo. D. Procopio puso una mano en el alfeizar de la ventana, murmurando: es María; y dibujóse una sonrisa sobre sus pálidos labios cuando contestó un “Dios te dé su gracia” lleno de dulzura, al franco “Buenos días Señor Padre” de la paisana. Siguió ella caminando inclinándose a coger flores silvestres para adornarse la sedosa y rubia cabellera. Y era bella y provocativa, María. Cuando en la tarde de un día de feria, presentaba ostentando sus esbeltas y a un tiempo opulentas formas, en la era trocada en salón de baile, sucedía un murmullo de admiración entre los jóvenes de la parroquia, murmullo que le hacía poner bermeja de gozo, dejando pálidas a las vencidas rivales.
Entregábase entonces al baile como una bayadera. Ceñiase al compañero, como una serpiente a la rama, acercándole su seno palpitante en donde vibraban los deseos, sus rojos labios dejaban escapar una respiración febril, entrecortada, sus ojos se llenaban de chispas, y toda su persona se estremecía al contacto de los dos brazos que aprisionaban su gentil talle.
Era soberanamente bella entonces, fascinaba; más que enamorar, conquistaba.
Todos los pueblos estaban locos por ella, pero María, pasado el momento febril de un vals, cerraba aquellos ojos negrísimos con reflejos verdes, su seno por el descanso volvía a latir regularmente, y de la bayadera no quedaba más que el recuerdo. Muchos había pedido su mano, pero a todos había contestado redondamente que no.
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Esa mañana iba, como de costumbre, a trabajar en el campo, cantando su canción favorita en la amplitud de los campos verdes, esmaltados de margaritas. El eco de su vos llegaba todavía hasta D. Procopio que maquinalmente la seguía con la vista.
El estribillo vino a morir dulcemente en sus oídos, como los acordes de una música lejana. Aquello no era el ritmo monótono de los cánticos de la iglesia que se perdían en los altos de la nave, o que repercutían triste y solemnemente en la sacristía, aquello no era la plegaria que eleva la criatura en el misterio[sic] ambiente; era la expresión verdadera de la naturaleza, era el canto de los pájaros en la enramada, era el himno de la vida al amor. Y D. Procopio escuchaba extasiado aquellas notas, aquellas melodías, que le despertaban miles de memorias lejanas de sus verdes años pasados en el campo desafiando pájaros a cantar; mil memorias gratas, mil recuerdos de su casta juventud pasada en la santa libertad de la campiña, sin mas ley que sus antojos como potro en la inmensa soledad del desierto. Las ideas se agolpaban en su cerebro, sin forma determinada, sentía un escozor en la piel, como si le picaran insectos venenosos, cerraba los ojos pensando en Dios, y le aparecía una virgen, pero no la del altar mayor, con el vestido azul y la corona dorada, sino la virgen carnal, que pasaba cantando con su corona de flores silvestres, bella, con el pecho turgente, dejando escapar de los labios encarnados el estribillo: Toma, larí, lirá, viva el amor!.
El pobre D. Procopio sentía algo extraños, sentía algo así como frío desconocido en la columna vertebral; hacía esfuerzos sobrehumanos para desechar aquellas ideas que reputaba delitos, y más y más entre los confusos pensamientos se delineaba con sus formas incitantes aquel demonio de mujer. Se levantó como ebrio, acercóse al gran cristo negro y desnudo, que colgaba de la pared, apoyó los labios sobre los pies del Gran Mártir, y murmuró una plegaria contra la tentación de la carne. Todo fue inútil, aquel maldito estribillo le tenía constantemente los oídos, aquellas formas turgentes las veía aun [¿?] distintas, bajo los párpados. Levantó los ojos al Cristo y le pareció que lentamente se transformaban en ella. Sus ojos quedaron fijos en las enjutas facciones del Hijo de Dios, que se llenaban de a poco, tomando el mismo color la misma redondez de las de María.
Le pareció entonces verla allá desnuda, con toda la opulencia de sus formas embriagadoras, que le tendía los brazos, que le llamaba con los nombres más dulces, que repetía con su voz cristalina y pura:
¡Toma, larí, lirá, viva el amor!
Fuera de sí el asceta, levantó los brazos como para conjurar gritando con ronca voz: Vade retro, Satanás!.
Pero la vana figura avanzaba más que nunca, enseñándole su desnudez con lascivos ademanes, alargando los húmedos labios de carmín, como para libar en los suyos la esencia de la vida. Cayó de hinojos D. Procopio, delante aquella forma incorpórea que los deseos le presentaban como realidad, retorciéndose las manos, pronunció una horrible blasfemia....... y perdió el sentido.

INGENUO
Nueve de Julio, 23 de Enero de 1890.

3 comentarios

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sam -

es un asco

monica rocio silva castro -

esta espectacular este texto el 23 de enero de 1890